A pesar de toda la evidencia y casuística existente desde hace más de 20 años, persisten dudas respecto del real alcance que puede tener la denominada ciberguerra. Existe la idea que el empleo de los términos “ciberguerra” y “ciberataque”, por ejemplo, responde a una exageración lingüística empleada con el fin de perfilar los incidentes de seguridad informática, como una amenaza que incluso puede ser militar sin que en realidad lo sean.
De hecho, no es raro que en las propias FF.AA. pero también en el mundo académico, se plantee que jamás las acciones en el ciberespacio podrán ser equivalentes ni constituirse en un enfrentamiento bélico, porque carecen de lo más fundamental del mismo: la capacidad de causar destrucción física o bien, de ejercer un grado de coerción tal que obligue a una parte a aceptar los términos de otra.
Es que esta visión, arraigada en los postulados de Carl von Clausewitz, es quizás el paradigma de la guerra más difundido entre los estrategas y analistas militares, un marco teórico tradicionalmente empleado para definir las características de los conflictos interestatales hasta nuestros días, a pesar de haber sido elaborado en el siglo XIX en base al estudio de las guerras de los siglos XVII y XVIII.
Sin embargo las guerras, como toda actividad humana, evolucionan e incorporan no sólo las tecnologías propias de cada época, sino que también los avances sociales que las limitan, las condicionan y las hacen aceptables. Es que la forma del conflicto ha cambiado en el tiempo y lo que antaño eran consecuencias naturales de un enfrentamiento armado, hoy pueden constituir un delito contra la humanidad. Del mismo modo, hoy hay acciones intangibles que pueden constituir actos hostiles equivalentes a un ataque armado, que dan al agredido el derecho a responder militarmente en legítima defensa y de acuerdo al derecho internacional.
En el artículo adjunto, que escribí para la Revista Marina de Chile y que fue publicado hace algunos meses, represento esta discusión. En la primera sección del mismo se describen los fundamentos de la visión escéptica, resumiendo primero los argumentos que utilizan el paradigma de Clausewitz para rechazar la idea de la ciberguerra; para luego hacer referencia al análisis lingüístico que explica el surgimiento del término ciberguerra, según el cual éste no es más que una metáfora nacida con fines explicativos, y que se ha mantenido en uso principalmente para fomentar una industria de ciberdefensa y justificar el gasto en ella.
En la sección siguiente se presentan los contraargumentos, que se enfocan en la evolución del conflicto describiendo nuevos marcos teóricos para explicar el fenómeno de la guerra, en base a los cambios evidenciados con posterioridad a la segunda guerra mundial. Se explican ahí los modelos de las guerras de cuarta generación (Singh, 2005 y Lind, 1989), el de operaciones basadas en efectos (Davis, 2001), el de guerra entre pueblos (Smith, 2006), el de las nuevas guerras (Kaldor, 2013), el fin de las guerras interestatales (van Creveld, 2008) y el modelo de operaciones en profundidad y de control reflexivo que estaría aplicando actualmente Rusia (Kasapoglu, 2015).
En la tercera sección, se presentan argumentos que explican cómo las ciberoperaciones si tienen el potencial de constituirse en un instrumento para la coerción y el desgaste. Se hace un análisis de cómo en base al derecho internacional, las acciones en el ciberespacio pueden llegar a transformarse en un acto hostil equivalente al uso de la fuerza y, eventualmente, un símil a un ataque armado o acto de guerra; también se mencionan en esta sección ejemplos teóricos y reales que describen el potencial destructivo de las ciberoperaciones.
Finalmente, se concluye que aun cuando en la actualidad la capacidad de ejercer fuerza a través del ciberespacio es limitado, no pasará mucho tiempo antes que las ciberoperaciones se constituyan en un instrumento militar decididamente útil para las operaciones en el campo de batalla.
El artículo se puede leer siguiendo este vínculo: Artículo ciberguerra
Referencias:
Davis, Paul. (2001). Effects-Based operations. Office of the Secretary of Defense and the United States Air Force. Rand Corporation. Obtenido en Diciembre 2016 de http://www.rand.org/content/dam/rand/pubs/monograph_reports/2006/MR1477.pdf
Kaldor, M. (2013). In defence of new wars. Stability, 2(1): 4, pp. 1-16. DOI:http://dx.doi.org/10.5334/sta.a
Kasapoglu, C. (2015). Russia ́s renewed military thinking: Non-linear warfare and reflexive control. Research paper N°121, November. Research Division, NATO Defense College. Rome. Obtenido en Octubre 2016 en http://www.ndc.nato.int/news/news.php?icode=877
Lind, W.; Nightengale, K.; Schmitt, J.; Sutton, J.; y Wilson, G. (1989).The changing face of war: into the fourth generation. Military Review, October. Obtenido en Noviembre 2016 en https://www.mca-marines.org/files/The%20Changing%20Face%20of%20War%20-%20Into%20the%20Fourth%20Generation.pdf
Singh, G. (2005). Fourth generation war: paradigm for Change (Thesis). Naval Post Graduate School. Obtenido en Diciembre 2016 en http://www.dtic.mil/dtic/tr/fulltext/u2/a435502.pdf
Smith, R. (2006). Interview with General Sir Rupert Smith. International Review of the Red Cross. Volume 88, number 864, December. Obtenido en Diciembre 2016 en https://www.icrc.org/eng/assets/files/other/irrc_864_interview_rupert_smith.pdf
Van Creveld, M. (2008). The transformation of war revisited. Small wars & insurgencies, 13:2, 3-15, DOI:10.1080/09592310208559177